El ictus es una de las principales causas de discapacidad en todo el mundo y afecta a millones de personas cada año. Más allá de la crisis médica aguda, los supervivientes suelen enfrentarse a problemas crónicos como fatiga, depresión y deterioro cognitivo, que afectan significativamente su calidad de vida. El manejo eficaz después de un ictus requiere un enfoque holístico que aborde las dimensiones biológica, psicológica y social. Este artículo sintetiza la evidencia de estudios recientes para definir un marco integral de rehabilitación, destacando el papel de las terapias basadas en la luz y las intervenciones biopsicosociales.
1. El panorama biopsicosocial de las complicaciones posteriores al accidente cerebrovascular
El modelo biopsicosocial postula que la fatiga y la depresión posteriores a un ictus surgen de la interacción entre el daño neurológico, el estrés psicológico y los determinantes sociales. Por ejemplo, la inflamación desencadenada por un ictus altera los sistemas de neurotransmisores (p. ej., serotonina y dopamina), lo que contribuye a los síntomas depresivos. Simultáneamente, las limitaciones físicas y el aislamiento social exacerban el malestar psicológico. Estudios longitudinales revelan relaciones dinámicas entre la fatiga, la depresión y la apatía: la fatiga suele preceder a la depresión, mientras que la apatía puede manifestarse posteriormente como un síndrome específico. Esta complejidad temporal subraya la necesidad de intervenciones personalizadas y específicas para cada etapa.
Las vías neuroinflamatorias desempeñan un papel fundamental. Los niveles elevados de biopterina y neopterina, marcadores de activación inmunitaria, se correlacionan con conductas depresivas en pacientes con ictus. La fototerapia, en particular la luz azul (440-480 nm), ha demostrado ser prometedora para reducir estos marcadores al modular el metabolismo del triptófano y suprimir la activación microglial. Estos hallazgos resaltan el potencial de las intervenciones no farmacológicas para abordar los aspectos biológicos y conductuales de la recuperación.
2. Terapias basadas en la luz: mecanismos y aplicaciones clínicas
2.1 Fototerapia para la neuroinflamación y la regulación del estado de ánimo
La fototerapia, administrada mediante luz visible o infrarroja cercana (NIR), ejerce efectos pleiotrópicos en el cerebro. La terapia de luz azul (BLT) reduce la neuroinflamación al inhibir la vía de la quinurenina, que convierte el triptófano en metabolitos proinflamatorios. En un ensayo controlado aleatorizado, la BLT mejoró la calidad del sueño y la función cognitiva en pacientes que sobrevivieron a un ictus, probablemente mediante la regulación del ritmo circadiano y el aumento de la síntesis de serotonina. Por el contrario, la terapia de luz roja (RLT, 615-640 nm) promueve la función mitocondrial y la angiogénesis, acelerando así la reparación tisular.
Los avances recientes incluyen sistemas nanofotosintéticos , donde nanopartículas activadas por infrarrojo cercano (NIR) impulsan a las cianobacterias a producir oxígeno en regiones cerebrales isquémicas. Este novedoso enfoque demostró una reducción del volumen del infarto y una mejor coordinación motora en modelos preclínicos. Si bien aún es experimental, destaca el potencial de las terapias basadas en luz para abordar las causas fundamentales del daño relacionado con el ictus.
2.2 Terapia láser de baja intensidad (LLLT) para la neurorregeneración
La LLLT, una forma de fotobiomodulación, utiliza luz roja o infrarroja cercana (NIR) de baja intensidad para estimular la producción de energía celular. La LLLT transcraneal en ratas redujo los déficits neurológicos a largo plazo al potenciar la neurogénesis y suprimir la apoptosis. Mecanísticamente, la LLLT regula positivamente el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) y mitiga el estrés oxidativo, crucial para la reparación neuronal. Se están realizando ensayos clínicos para validar su eficacia en humanos, con resultados preliminares que sugieren mejoras en las funciones motoras y cognitivas.
3. Dimensiones psicológicas y sociales de la recuperación
La depresión y la fatiga no son meras consecuencias del deterioro físico, sino que se relacionan con la resiliencia psicológica y el apoyo social. El estudio Cognición y Afecto después de un Accidente Cerebrovascular (CASS) identificó trayectorias distintas de síntomas emocionales: algunos pacientes se recuperan rápidamente, mientras que otros experimentan apatía o depresión prolongada. Las intervenciones multidisciplinarias, como la terapia cognitivo-conductual (TCC) y la formación profesional, han demostrado su eficacia para abordar estas disparidades. Por ejemplo, la TCC ayuda a los pacientes a replantear patrones de pensamiento negativos, mientras que la terapia familiar mejora la carga del cuidador y la integración social.
El autocuidado es otro factor crucial. Los pacientes con mayor autoeficacia en la gestión de las actividades cotidianas reportan niveles más bajos de depresión y un mayor bienestar subjetivo. Los programas de rehabilitación deben priorizar el desarrollo de habilidades en áreas como la movilidad, la adherencia a la medicación y la comunicación, fomentando la independencia y reduciendo la dependencia de los cuidadores.
4. Integración de terapias de luz en la atención multidisciplinaria
Un enfoque híbrido que combina intervenciones basadas en la luz con apoyo psicosocial ofrece beneficios sinérgicos. Por ejemplo:
• Restablecimiento circadiano : el BLT matutino puede normalizar los ciclos de sueño-vigilia, mejorando indirectamente el estado de ánimo y los niveles de energía.
• Mejora de la neuroplasticidad : la LLLT combinada con fisioterapia puede acelerar la recuperación motora al aumentar los niveles de BDNF.
• Programas basados en la comunidad : Las sesiones grupales que incorporan terapia de luz y apoyo de pares pueden abordar los determinantes biológicos y sociales de la recuperación.
Las consideraciones prácticas incluyen el momento y la intensidad del tratamiento. La terapia de luz azul (BLT) es más eficaz cuando se administra de forma temprana (dentro de los 3 meses posteriores al ictus), mientras que la terapia de baja intensidad (LLLT) puede requerir sesiones prolongadas (2-3 veces por semana) para lograr beneficios sostenidos. Los protocolos de seguridad, como la protección ocular y la monitorización cutánea, son esenciales para prevenir efectos adversos como la fototoxicidad.
5. Direcciones y desafíos futuros
Si bien las terapias basadas en luz son prometedoras, aún existen varias deficiencias. Se necesitan ensayos clínicos a gran escala para validar las longitudes de onda, duraciones y métodos de administración óptimos. Además, los enfoques de medicina personalizada, como el perfil genético para predecir la respuesta al tratamiento, podrían mejorar la eficacia. Por ejemplo, los pacientes con polimorfismos específicos en los genes del BDNF o del transportador de serotonina podrían beneficiarse más de la LLLT o la BLT.
Las innovaciones tecnológicas, como los dispositivos portátiles de luz y las plataformas de telerehabilitación, podrían mejorar la accesibilidad, especialmente en zonas rurales. Sin embargo, es necesario superar los obstáculos regulatorios y realizar análisis de costo-efectividad antes de su adopción generalizada.
Conclusión
La rehabilitación post-ictus exige un marco biopsicosocial dinámico que integre terapias de vanguardia con la atención centrada en el paciente. Las intervenciones basadas en luz, en particular la fototerapia y la TLBI, ofrecen estrategias no invasivas para abordar la neuroinflamación, mejorar la neuroplasticidad y aliviar los trastornos del estado de ánimo. Al combinar estas estrategias con apoyo psicológico y recursos comunitarios, los profesionales de la salud pueden promover una recuperación integral y empoderar a los pacientes para que recuperen su autonomía. A medida que avanza la investigación, este campo debe priorizar los esfuerzos translacionales para superar las brechas entre la práctica clínica y la atención en la cama del paciente y mejorar los resultados para los sobrevivientes de ictus a nivel mundial.
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